Se suele creer que las mujeres no somos violentas y que por lo tanto es imposible que entre parejas lesbianas exista violencia y maltrato. Sin embargo, este mito es uno de aquellos que nos muestran una vez más que la realidad lésbica se encuentra velada en la sociedad, incluso en nosotras mismas.
Muchas de nosotras al momento de asumirnos como lesbianas e iniciar una relación lo hacemos con una serie de expectativas, pues el rechazo, la soledad y pena vividas al momento de salir del “closet” han sido tan crudas que buscamos encontrar en la comunidad lésbica y en una pareja un ambiente de realización personal ideal. Estas expectativas nos llevan a negar que vivimos problemas al interior de nuestras parejas, a no aceptar que sea posible estar viviendo una experiencia de violencia y maltrato.
Muchas de nosotras hemos vivido una relación de violencia y maltrato en la cual nuestra amiga y compañera se convierte en una persona que nos atemoriza, una persona que nos hace daño y frente a esa situación nos hemos callado por temor. Y nuestros miedos son muchos: reconocer un fracaso, el desamparo afectivo, el desamparo económico, miedo a ser doblemente discriminada, primero por ser lesbiana, luego por ser maltratada.
La violencia que se vive entre las parejas lesbianas no es muy diferente a la que experimentan las parejas heterosexuales. La violencia es en sí una forma de hacerse con el poder mediante la agresión y la subvaloración de la otra, para luego con este poder lograr que la persona realice y se comporte como desea quien maltrata, o bien en caso contrario castigarla por resistirse al control que se desea ejercer sobre ella.
El ciclo de la violencia, los comportamientos, procederes, as justificaciones tienden a ser las mismas, sin embargo hay elementos que tiñen la violencia entre lesbianas y que hacen de ella un tema de especial preocupación al interior del mundo de las mujeres. Esto tiene que ver con que los elementos que la validan se amparan en el odio a las mujeres (misoginia), la fobia y el rechazo a las lesbianas (lesbofobia) y la discriminación en general.
Las agresiones y el maltrato pueden pasar de presiones para hacer o dejar de hacer, descalificaciones, hasta empujones, golpes y patadas. El gran problema es que muchas veces subestimamos estos hechos y tememos revelar lo que nos pasa por miedo.
Hoy nos enfrentamos a un escenario nacional que avanza en materia de legislación contra la violencia al interior de la familia y que perfecciona sus leyes para penalizar el maltrato. Sin embargo las parejas lesbianas no son reconocidas por el Estado como familias, y la ley señala como VIF a aquella que ocurre al interior de una pareja heterosexual. Por ello es menester demandar una nueva ley que sancione la violencia entre parejas sin distinción por orientación sexual. Junto con ello se requiere, la promoción de investigación en la materia y que los programas de apoyo y atención en VIF contemplen un enfoque especializado.
Angelina Marín